sábado, 27 de noviembre de 2010

Adicta



Lleva ya varios días en la cama, el mono la está matando. Su cabeza es un hervidero de pensamientos, y todos relacionados con lo mismo, no se lo puede sacar de su cabeza. Sus relaciones sociales se reducen a cero, y su cara siempre sonriente y llena de energía se ha evaporado para dejar un rostro, envejecido y abatido. Solo le quedan los recuerdos de esa sensación, la sensación de la dosis diaria que se solía meter, de ese subidón que le pegaba, y esa extraña sensación de felicidad que por unas horas inundaba su cuerpo.

Es una drogadicta, y los drogadictos, nunca se curan, solo mejoran. Pero ella es una drogadicta muy especial; no consume sustancias, sino personas; no necesita jeringuillas, sino amor. Al fin y al cabo el amor es una droga, y es casi tan dañina y destructiva como el resto. Sus dosis diarias eran los abrazos y besos que él le regalaba, mientras que los fines de semana se narcotizaba hasta la sobredosis debajo de sus sabanas. Pero él se había ido, la había abandonado. Se acabaron los besos, las caricias, los abrazos, las miradas de complicidad y las conversaciones que tendían a infinito en el tiempo, se acabó la droga.

Ahora ella cura sus heridas a base de alcohol, mientras mendiga los bares de la ciudad pensando quizás encontrar la felicidad en la boca de algún pobre diablo. No le queda otra que dejar que el tiempo cure sus heridas, para que más tarde o más temprano el olvido haga su efecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario