martes, 1 de febrero de 2011

Made in China:晨光


Y por fin estaba aterrizando en Shanghái, después de un viaje que parecía iba a ser eterno allí estaba en el país del sol naciente; un lugar en el que todo es inmenso, en el que para salir de la terminal echas en falta una bicicleta, en el que los callejeros se venden por fascículos y en el que tanto las grafías, símbolos o como quiera que se denomine, así como el idioma me eran completamente desconocidos.

Llevaba ya un buen rato intentando recuperar mi maleta, preguntando con la ayuda de un pequeño diccionario chino-español , español-chino; pero no había manera, no se si sería porque el diccionario era de los baratos o por mi escasa capacidad de manejarme con los vocablos orientales. Fue entonces cuando me vino a la cabeza una de esas ideas de ingenio loco que me caracterizan y comencé a hacerme pasar por mudo para que así la gente estuviese atenta a mis gestos y no se perdiese en el laberinto de mi verborrea mandarina. De ese modo conocí a aquella chiquita, que con el tiempo descubriría que se llamaba Chénguang, ella tenía la solución a todos y cada uno de mis problemas, recuperó mi maleta, me sacó de aquel monstruoso aeropuerto, me consiguió un taxi y amablemente me llevó a un humilde hostal a las afueras de la ciudad en el que me quedé hospedado; lo mas curioso de todo esto fue que en todo este proceso, no intercambiamos ni una palabra, es mas, ella no habló ni tan siquiera para indicarle al taxista a dónde debía ir y lejos de convertirse en una situación tensa o embarazosa fue de lo mas agradable.

El día siguiente lo dediqué a patearme los barrios aledaños a la zona donde se encontraba mi hostal , aquí casualmente todos los barrios son chinos, todos los restaurantes eran de comida china y todos los calendarios tenían los días cambiados. Caminando caminando llegué a una zona industrial, dominada por grandes, enormes fábricas; pero justo allí en medio de la cuna de las manufacturas y olimpo de las exportaciones mundiales me tropecé con un pequeño taller, un taller como el de cualquier artesano, pero aquel tenía algo que ningún otro taller ni ninguna gran fábrica del mundo podía ofrecer, y era su producto, pues este era un taller de amor y Chénguang era la artesana de aquel taller. Rápidamente me mostró el proceso productivo, aquí el amor se soldaba con calurosos besos de pasión, se recubría de una fina capa de cosquilleantes caricias, se pulía con suspiros profundos, se envolvía con cientos de abrazos sinceros y se enviaba con penetrantes miradas directas al alma, y todo ello sin decir una sola palabra.

Hoy viendo los primeros rayos de luz del día recostado sobre la gran muralla china junto a Chénguang, he comprendido que como a ella hay personas para las que ser mudas no les resultaría un impedimento ya que te hablan con el corazón y que tener los ojos achinados implica que aprendas a ver con el alma pues ella ha hecho que mis ojos se estén achinando por momentos.


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