lunes, 14 de febrero de 2011

Feliz 14 de Febrero


Nunca me gusto celebrar San Valentín, me parecía una celebración muy impersonal, una mezcla entre consumismo e hipocresía, donde la gente no demuestra su amor, simplemente lo aparenta comprando regalos donde lo único que importa es el precio que marca la etiqueta. Ella era diferente, creía en el amor a primera vista, en el destino, le encantaba San Valentín, incluso adoraba esos estúpidos ositos con corazones que venden en los chinos. Siempre fue mi mayor debilidad, así que yo una vez al año me tragaba mis principios y buscaba como un bobo alguna tontería para conseguir arrancarle una de esas sonrisas que me enganchaban. Pero si has vivido lo suficiente sabrás que todo lo bueno se acaba, y aquello también se acabo. Un día ella se dio cuenta que su vida estaba en Madrid y yo que las grandes ciudades no eran lo mío, nos dijimos adiós, dejando que el tiempo y la distancia hicieran su trabajo.

Lo que vino después, es algo que todavía hoy me gusta recordar, supongo que ese San Valentín los dos estábamos demasiado solos, y la soledad no es algo para lo que todo el mundo está preparado. No recuerdo si fui yo o ella quien llamó, solo recuerdo que una hora después de descolgar el teléfono estaba montado en un autobús de camino a Benavente, una estación a medio camino entre Oviedo y Madrid. Cuando llegué, ella ya estaba allí, esta vez yo no llevaba regalo ni había preparado nada pero ella tenía esa sonrisa, haciendo entrever que mi presencia era el mejor de los regalos. Desgastamos nuestras bocas en conversaciones atrasadas, haciendo de esa cafetería de estación nuestro particular confesionario, después de unos cuantos cafés buscamos un lugar donde pasar la noche, lo encontramos a unos doscientos metros de la estación, era un motel de carretera donde solían pasar la noche los camioneros. Allí recordamos como querernos y agotamos los minutos de esa larga noche. A la mañana siguiente volvimos a poner en nuestra boca un adiós y cada uno cogió su autobús.

Ya no se los años que han pasado desde aquello, los dos nos hemos enamorado y desenamorado varias veces, nos hemos casado e incluso ella ahora tiene dos hijos. Pero desde entonces, una vez al año, el catorce de febrero buscamos cualquier excusa y nos escapamos de la realidad, disfrutamos de la dulce utopía de nuestra compañía en ese motel donde ya casi ni los camioneros paran. Ella dice, que que la clave está precisamente en vernos poco, así no gastamos el amor. Probablemente un año a su lado fuera la mayor de las torturas para alguien como yo, tan desacostumbrado a sus manías o sus cambios de humor, pero al menos durante un día, cada una de las veinticuatro horas que paso junto a ella, para mi es perfecta. Desearme suerte, hoy es catorce de febrero, y de nuevo me toca volver a ver su sonrisa...

No hay comentarios:

Publicar un comentario