sábado, 22 de enero de 2011

Cualquier día puede ser un lunes.



A veces me quedo solo, tan solo acompañado por mis principios hablando del producto de esta vida que llevo. Entre tintes de irrealidad y un cierto olor afgano debatimos sobre esto y aquello, mientras embriagamos nuestros cuerpos para despejar nuestras mentes.

Entonces, cuando mi cuerpo ya no es mi cuerpo, me quedo solo, acompañado pero solo, me sumerjo en los laberintos de ideas que se forman en mi cabeza, lánguido, vacio, al filo del precipicio y con la mirada perdida pienso en este ahora limitado por los vicios y lleno de resquicios de un pasado demasiado presente. A veces pienso demasiado y me consumo, me consumo entre expectativas y aburrimiento de un guión sin argumento, me ahogo entre consecuencias y deseos, entre recuerdos e ibuprofenos. Otras veces me automedico con paciencia, combativa contra el odio voraz que plaga mi cuerpo, pero no siempre tengo suficiente y veo como este consigue derribarme, convirtiéndome en algo que odio, y metiéndome otra vez en ese círculo vicioso.

Y en esos segundos que se convierten en minutos, en esos minutos que se convierten en horas, trato de encontrarme. Lucho dentro de mí, contra ese impostor que se hace pasar por mí, siendo en verdad mi mayor enemigo. Recopilo cada paso dado, y solo me pido, cambiar el formato, cambiar el rumbo, descubrir mis preferencias y perseguirlas lejos de las falsas apariencias, lejos de mis estúpidas creencias en palabras que hace tiempo ya, que perdieron su significado.

Cuando mi mente se atasca en un punto de no retorno, rescato mis pensamientos con un sorbo de un whisky mal destilado, y vuelvo a esta realidad irreal, mientras dejo que el alcohol haga su efecto.

Sonando: Damien Rice - The Blower's Daughter

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