martes, 5 de febrero de 2013

La tormenta perfecta.

La tormenta perfecta era cualquiera de nuestras discusiones. Todo era tan fugaz, tan intenso, tan innecesario. Un no cuando se suponía que tenía que decir , un cuando todo lo que tenía que decir era no, con el tiempo descubrí que la mayoría de las veces no importaba mi respuesta, muchas veces era algo que había o no había hecho, otras algo que había o no había dicho, y algunas simplemente estaba en el momento y lugar equivocado. 

No sé discutir,  ya me conoces, soy un perfecto inútil, un escapista de los conflictos, hago bromas, cuento chistes, soy capaz de casi cualquier cosa con tal de conseguir una sonrisa desesperada que firme las tablas en el último momento. Contigo era imposible, una broma, un chiste fuera de lugar y acto seguido sacabas las artillería pesada con las que de un plumazo derribabas mi propuesta de paz. 

Aprendí a discutir, mas bien aprendí a fingir, a fingir estar muy enfadado o muy preocupado, o lo que la  situación requiriese en cada momento. Te observaba, me reía, para dentro claro, llevabas muy mal que me riese en plena discusión, pero no sabes lo graciosa que te ponías, te llenabas de razones, de argumentos, se te llenaba la boca,  a veces no decías nada, y otras repetías lo mismo cientos de veces para que me diese cuenta de lo importante que era lo que decías; a veces la discusión era tan estúpida que era prácticamente incapaz de contener la risa y otras simplemente me descubría queriéndote mientras fingía odiarte...

Indiferente, cuando te volviste indiferente...


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